lunes, 13 de enero de 2014

estilo

concha de donostia


Me paso hurgando en los sentidos más cercanos de estar a todo dar en una madrugada de tormentos, con pasamontañas incluido en la llovizna de tus moldes repletos de naftalina, olores que no soporto y me cubro de nostalgia y me sudan esos puntos cruciales que asombran cuando despiertas a todo dar, a todo trapo, a toda prisa y te cepillas rapidito porque el tiempo te ahoga y sales disparada a las escaleras del frente donde se agolpan los escritos remanentes y sin carga que otrora dejaron escasos cilindros de jugos silvestres, esos de bosques oceánicos vestidos de malabar que ahora escondes en los flecos turpiales de aquella congelada fresa de tu cajón misterioso que se desvanece, crece y te derrota de risa sin saber cómo pudo zambullirse por la rendija del cielo partido que salió con asombro certero, con pasión dibujada en sus labios morados, por la esquinita redonda del agujero celeste que ronda desde mucho tiempo el sol pendiente de corona extraviada. Me huele a jazmín, me huele a pudor remendado de vendas marchitas que tocaron la garganta del revés de la cortina empapada de almizcle subterráneo. Me hueles y quiero seguirte, me desprendes de aquellas noches sudorosas en  el Erg Chebbi de mi conciencia, y los mosquitos penetran a través del tul de las arenas y me sigo tumbando en tus hombros recios de oscuridad ambulante, de palabras de viento sonoro que camina delante, atrás de las cornisas verduleras que gritan sin espasmos y regulan los conciertos de niños verdes de tirones sonrojados al estilo partitura sin escala.

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