concha de donostia |
Me paso hurgando en
los sentidos más cercanos de estar a todo dar en una madrugada de tormentos,
con pasamontañas incluido en la llovizna de tus moldes repletos de naftalina,
olores que no soporto y me cubro de nostalgia y me sudan esos puntos cruciales
que asombran cuando despiertas a todo dar, a todo trapo, a toda prisa y te
cepillas rapidito porque el tiempo te ahoga y sales disparada a las escaleras
del frente donde se agolpan los escritos remanentes y sin carga que otrora
dejaron escasos cilindros de jugos silvestres, esos de bosques oceánicos
vestidos de malabar que ahora escondes en los flecos turpiales de aquella
congelada fresa de tu cajón misterioso que se desvanece, crece y te derrota de
risa sin saber cómo pudo zambullirse por la rendija del cielo partido que salió
con asombro certero, con pasión dibujada en sus labios morados, por la
esquinita redonda del agujero celeste que ronda desde mucho tiempo el sol
pendiente de corona extraviada. Me huele a jazmín, me huele a pudor remendado
de vendas marchitas que tocaron la garganta del revés de la cortina empapada de
almizcle subterráneo. Me hueles y quiero seguirte, me desprendes de aquellas
noches sudorosas en el Erg Chebbi de mi
conciencia, y los mosquitos penetran a través del tul de las arenas y me sigo
tumbando en tus hombros recios de oscuridad ambulante, de palabras de viento
sonoro que camina delante, atrás de las cornisas verduleras que gritan sin
espasmos y regulan los conciertos de niños verdes de tirones sonrojados al
estilo partitura sin escala.
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