Las uñas me
delatan. Tengo un sinfín de conchas incrustadas que van saliendo a medida que
las veo, las palpo, las dejo ir llena de entusiasmo. Antes era miedo, ahora
sonrío y parto. Se diluyen, se
desvanecen y me río de tanto alboroto por lo sencillo, lo obvio… Antes eran
nubarrones de nostalgia, ahora son nubes pasajeras, luminosas, borrosas, pero
pasajeras, porque vuelve el sonar, el repique del trueno, rayo constante del
Catatumbo, jamás abandona el lago inmerso en mis emociones, traducidas al
compás de los toques de campanas en un lejano caserío de montes y estrellas,
donde las ovejas y el pastor viven, él sueña con su flauta y su perro, solos no, con
un gentío, árboles y maleza, riachuelos y cascadas, animalillos e insectos,
nubes de pensamientos, palabras escondidas en corazónes rebosantes de cariño, paz pastoral, campiñas y flores, aromas de la
soledad cultivada, cuidada con el esmero del especialista de sueños, sonrisas y
aciertos.
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