Un día cuando el niño Sahamir ya
correteaba como ninguno por las dunas, bajaba y subía con destreza y agilidad
inimaginable para los demás, su madre Zahora se lo llevo en brazos al mercado
de Rissani, ciudad a unos 40 kms del desierto. La madre lo sentó en un pequeño montículo
de tierra, mientras ella seleccionaba cuidadosamente los granos y especias que
iba a comprar. No pasaron ni cuatro minutos cuando Zahora se percató que su hijo
Sahamir no estaba donde ella lo dejó sentado. Como loca buscó y gritó su nombre
por todo el mercado, abarrotado de gentes, cajas, mercancías, animales, sudores,
olores y mitos. Abatida lloraba en todas las esquinas, preguntando y gritando. Llegó desfallecida a su desierto, con las manos vacías, con su pecho vacio…
Nadie creía la historia, todos comentaban esa noche reunidos como siempre alrededor
del fuego tomando té, que Zahora había
regalado al “cojo”. Así lo habían bautizado entre ellos.
El niño Sahamir fue robado
por una mujer mayor que no tenía hijos. Criado en buenas escuelas en la
ciudad de Fez, aprendió muchos idiomas, estudió en la Universidad de Meknes y
siempre fue el primero de su clase, a pesar de que siempre para todos fue: “el
Cojo del desierto”.
Sahamir pasaba días enteros,
encerrado en su habitación con sus libros o marchaba a las afueras de la ciudad, buscando la
calma, siempre en silencio, sin pronunciar palabra. Ahora en la Universidad y
en el barrio lo llamaban “el Cojo loco”.
Sucedió que su madre, la mujer que lo robó, ya
era muy anciana y enferma. Él la cuidaba día y noche con mucho cariño y
dedicación, hasta que su Dios le dio
descanso. Luego de la fiesta de los muertos, Sahamir vendió la casa y se fue a
sus orígenes, a las arenas del Sáhara. Se adentró muy lejos de toda
civilización, clavó cinco estacas en las arenas, las cubrió con piel de camello y se quedó en su haima en silencio muchos
meses, solo con su camello Say, sus pocas pertenencias y la infinitud de las
arenas.
Cuentan, que todos los días Sahamir caminaba muchos kilómetros por el desierto. Recogía fósiles, piedras y todo lo que se iba encontrando en las arenas. Así poco a poco fue juntando y construyendo su casa. Una construcción muy extraña y llamativa en medio de la nada. Todos los beduinos que por allí pasaban eran bien recibidos, les brindaba té y alimentaba a sus camellos, les permitía dormir y descansar sin nada a cambio. Así se fue forjando la leyenda del “Cojo de las arenas”.
Sahamir siguió construyendo su palacio-mezquita todos los días, todas las noches, no paraba, siempre aparecían piedras y fósiles en su entorno, siempre aparecían hombres bereberes que lo veían como “el Cojo de Alá”, pues para todos tenía una sonrisa, un pocillo de agua, un té caliente, cobijo en su hogar de piedra y arena.
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camino al oasis |
Un día apareció un hombre llamado
Hassan, le dijo que era su padre. Le contó que su madre había muerto llorando
todos los días desde su desaparición. Le contó que sus hermanos eran muy pobres. Le dijo que esa gran construcción podía ser un Hotel
para los turistas que visitaban el desierto. Según él, tenía muchos amigos
extranjeros que podían visitarlos y pagar por estar allí, pasearlos a camello
por las dunas y enseñarles los misterios de Sáhara.
Sahamir solo asentó con su cabeza
y de la noche a la mañana, el Hotel del Cojo fue el más famoso del
desierto del Sáhara occidental. Toda la familia se instaló y comenzaron hacer
negocios con las caravanas de turistas que visitaban la zona. Los hermanos y su
padre atendían a los turistas y autóctonos que llegaban de todas partes. Unos
limpiaban, otros cocinaban, paseaban en los camellos a los turistas para ver el
amanecer y el atardecer mágico del desierto.
Sahamir atendía a los enfermos de artritis cuando llegaban los meses de insoportable calor, después del Ramadán. Los curaba con las terapias de las arenas. Estas consistían en enterrar al enfermo de los huesos, por cinco minutos en las arenas calientes, las temperaturas elevadas eran muy peligrosas pero muy sanadoras para las dolencias de los huesos. Después los desenterraba, les daba un baño fresco, los envolvía en mantas y les ofrecía té. Así se fue haciendo inmensamente reconocido y rico, pues la fama del Cojo de las arenas sanadoras, se extendió por todo el continente, por todo el universo. Llegaban turistas, enfermos y curiosos de todas las latitudes, a esa estancia maravillosa creada en el desierto por El Cojo de las arenas.
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Gran Duna Erg Chebbi |
Ya Sahamir tenía 30 años, no se le
conocía mujer, solo cuidaba a los
enfermos, caminaba por las dunas, siempre en silencio, trabajando en su
grandiosa construcción. Entonces entre su gente comenzaron a llamarlo “el cojo
mariquita”, se reían a sus espaldas y gastaban su dinero en los pueblos
cercanos, en fiestas, bebidas, drogas y mujeres.
Un buen día llegó al Hotel una
mujer sola, muy guapa y segura de sí misma. Dijo ser latina y quería un guía
para adentrarse en los misterios del desierto. Todos los hombres se pusieron a
su disposición para hacerle el recorrido, pero ella solo posó sus ojos en el
callado Sahamir, se acerco a él y le sonrió, él hizo lo mismo y desde ese
momento se volvieron inseparables. Danzaban por las dunas, se iban con sus camellos
a recorrer los oasis. Ella tomaba fotos, él la observaba. Pasaban horas
conversando sobre la vida y la muerte, filosofando, leyendo cuentos, haciendo el amor, empapando su sexo de arena. Luego
regresaban felices, siempre riendo.
Entonces por primera vez, los parientes comenzaron a llamarlo Sahamir el cojo.
Ahora Sahamir conversaba con los suyos, daba algunas órdenes para realizar el trabajo con más rendimiento y economía. Todos culpaban a la mujer guapa, de haberle metido cosas raras en la cabeza. Para ellos era mejor cuando estaba callado trabajando, les dejaba holgazanear y gastar su dinero.
Una tarde estaban Sahamir y su
mujer contemplando el atardecer desde lo alto de la gran duna, en silencio,
como solían hacer. La mujer le hablo y le dijo: “Sahamir ha llegado el momento
de irme, quiero que vengas conmigo, todo lo que has leído, todo lo que
estudiaste ahora lo vas a conocer, nuevas culturas, nuevos paisajes, vas a saborear
todo con tus sentidos. Vámonos por los caminos del mundo, seremos muy felices
Sahamir, nos amamos y siempre cuidaremos el uno del otro.”
Sahamir bajó la mirada y quedo en
silencio
Ella respetó su silencio y bajaron
de la duna muy de noche, agarrados de la mano.
Al día siguiente, ella le volvió a
insinuar su partida, el guardo silencio de nuevo y se fue solo a caminar por
las arenas. Regresó entrada la noche, ella lo estaba esperando afuera de la
haima, donde siempre hacían el amor viendo las estrellas, contando las fugaces
y los astros.
Sahamir le hablo con lágrimas en
los ojos y le dijo que ella era el amor, su única mujer, pero él tenía que
cuidar de los suyos, tenía que seguir construyendo su Fortaleza. Ella también
lloró y entre sonrisas y llanto le dijo:”Es una pena que no te des cuenta de
esta oportunidad que te brinda el Universo, te deseo lo mejor a ti y los que te
acompañan. Me voy mañana antes del amanecer”
Sahamir quedo en silencio otra
vez. Los parientes hacían lo que les daba la gana, no atendían el hotel. Todo
se fue deteriorando… Las paredes estaban sucias, los turistas se quejaban, los
camellos envejecían, los baños se atascaban y Sahamir se fue alejando,
pensando que algún día su mujer volvería, pero no sucedía y pasaba el tiempo.
Todo se destruía a su alrededor.
Un día Sahamir se fue caminando como siempre lo hacía por las
arenas y no regresó. Sus parientes pensaron que había desaparecido.
Unos jóvenes que
cruzaban el desierto en motos, al llegar al ruinoso Hotel del Cojo y escuchar las historias, alertaron que había
un viejo seco no muy lejos de allí, que lo tocaron y estaba seco como un palo.
Los parientes al día siguiente, después que los jóvenes emprendieron camino,
fueron en su búsqueda y encontraron un tronco seco que estaba clavado en la
arena, cerca de la gran duna. El tronco tenía dos ramas, una pequeña y otra tan grande que se perdía entre las nubes.
No encontraron nunca a Sahamir,
pero cuentan, que el Cojo del desierto se transformó en tronco. La rama
pequeña era su pierna corta y la rama que subía hasta el firmamento era su pierna
larga que andaba buscando por el séptimo cielo a la mujer guapa que se lo quiso
llevar a recorrer otros mundos y él no se atrevió a dejar lo que había
construido.
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Sáhara - Merzouga |